A partir de las diez y cuarto, el numeroso público que abarrotaba el sótano fue haciendo pasillo a los cuatro amateurs, que divididos en dos combates según su peso y pertrechados con las protecciones de cara y manos, se fueron embebiendo en un ambiente irrespirable para colocarse acompañados por sus respectivos "coaches" en las esquinas de una loneta de artes marciales. Excepto ring, ningún elemento faltó en la película que allí se montaron. Un "speaker" un poco soso anunció a los rivales y una ligera muchacha presentó los asaltos y el estado de las apuestas, que gestionaban desde una mesa dos tipos con el sombrero de ala calado. Un momento antes de que sonase la campaña, los que aún se preguntaban en voz alta: "¿Pero de verdad se van a pegar?", quedaron rápidamente contestados cuando vieron a dos figuras desfogarse y, a veces, golpearse. Un minuto necesitó uno de los poetas para ver lo que allí pasaba y tirar la toalla, aunque la mayoría no llegamos a enterarnos de casi nada. En el segundo de los combates, que enfrentaba a los dos más grandes (al menos en tamaño) de los cuatro, se repartió más leña y durante más tiempo. Con seguridad en la Sala de Arte Contemporaneo "El Gallo" no se vió ni arte ni deporte, y probablemente tampoco boxeo. Con las cosas más claras, un tercio del público fue abandonando el local. Durante tres asaltos de dos minutos, los restantes, los morbosos, jalearon a dos jóvenes que se golpearon sin técnica ni normas. Al final uno de los poetas (qué más dá cúal) se llevó una victoria trabajada desde el primer minuto, cuando arreó un manotazo que dejó grogui al contrario.
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