El contraste no puede ser más lacerante: por un lado, la incertidumbre que da la libertad, la confrontación abierta, si se quiere incluso el espectásculo fascinante y espléndido de una partida memorable de este deporte de contacto, practicado con reglas complejas pero civilizadas; y por el otro, el caudillismo visigótico, el ordeno y mando, la humillación de quien juega por su cuenta, la escena sórdida de una monarquía medieval en la que al príncipe le nombra el rey y los otros pretendientes son pasados a cuchillo. El oxígeno y el aire libre en las primarias norteamericanas; la atmósfera cargada y atufante en la elaboración de las listas electorales españolas.
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