5 de octubre de 2006

Los burros no saben de linces


La columna de hoy de Antonio Burgos, publicada en ABC, y titulada "¿A cuanto nos sale cada lince?" es una crítica a la política conservacionista del lince de la Junta de Andalucia que esconde la visión del "señorito Iván" de Los Santos Inocentes. De esas veces en las que uno espera que, en el afán de ridiculizar al contrincante político, el articulista no haya reflexionado realmente lo que ha escrito, pues de lo contrario, ese uno se encontraría frente a calaña de la peor clase.

Normalmente, estoy acostumbrado a leer autenticas burradas en la pluma de alguna "vaca sagrada", y unas veces por dejadez y otras por lo inutil del esfuerzo, los rebuznos se ahogan en la actualidad y la columna es desplazada por otras prioridades. Otras veces, sin embargo, a uno le pillan con la vena hinchada cuando tocan temas en los que se está especialmente sensibilizado. Hoy es uno de esos días, así que lo diré claramente: Antonio Burgos es un antropocentrista paleto e interesado. ¿Y tanta vuelta para esto? Pensará el amigo lector. ¿Ni un cabrón, o al menos, un tonto del culo?.

Para el que no lo conozca, el sevillano Antonio Burgos es columnista del ABC por el día, y escritor por la noche; y es elogiado por su trabajo en la promoción de la cultura y folclore andaluz. Precisamente, escribe alguna vez en defensa de los valores de su región, y ha dejado en la hemeroteca alguna crítica a la "política del hormigón" del alcalde de Sevilla (se ve que es primo de Julián Lanzarote).

El que es capaz de defender "el albero de las plazoletas" sevillanas y no es capaz de aplicar los mismos argumentos en la defensa del lince tiene un serio problema de criterio. El señorito Antonio protesta porque se gasta mucho dinero en los programas de protección del lince ibérico pero no tiene reparo en que se gaste en la protección de azulejos y pavimentos tipicamente sevillanos. Como su nombre indica, el lince ibérico solo existe en la Península Ibérica. No es como cuando se extinguió el oso en el Pirineo frances y se trajeron osos de Hungría. Si se extingue el lince no habrá alternativa. Se habrá extinguido para siempre y será el simbolo del fracaso de la que pretende ser la octava economía del mundo, pero que es incapaz de coordinar los celos de las administraciones central, autonómica y municipal.

¿Recuerdan las manifestaciones de los mineros de Alnazcollar? Al grito de "Primero las personas, luego los patos" exigían que se le diese unos cuantos millones de pesetas más a la empresa danesa responsable del vertido para que conservara sus puestos de trabajo. El licenciado Burgos, nostalgico de aquellos tiempos, rescata la falsa dicotomía entre personas y animales. Ésta, que fue muy corriente hace unos años, parecía superada con el avance de la educación ambiental. Su artículo es pura demagogia. Cuando se vale de las muertes de personas en accidentes de tráfico para criticar las medidas preventivas en contra de las muertes por atropello de los linces en esas mismas carreteras, olvida el simple hecho de que unas medidas no son contrarias a las otras: La ejecución de las segundas no aumentará las muertes, si no más bién al contrario, de personas en accidentes de tráfico.
Lo que no puede pretender Antonio Burgos es que nos traguemos sin protestar su petición de desdoblamiento de esa tristísima carretera. La panacéa de que va a acabar con todas estas muertes que nada tienen que ver con el exceso de velocidad ni el alcohol.

Dice sin ruborizarse que a los biologos, ecologistas y técnicos autonómicos les importan más los linces que las personas. Como si los linces viviesen en una dimensión paralela. Como si la protección del entorno natural no beneficiese a las personas y las especies animales no fuesen una herencia como mínimo tan importante como el resto de nuestro patrimomonio... ¿Herencia de nuestros padres? Más bien un préstamo de nuestros hijos.

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