Los niños son de izquierdas. De izquierdas sin ninguna duda. Y no sólo por agitar sus puñitos cerrados.
Los niños son de izquierdas porque aman sin prejuicios ni distinciones.
Los niños son de izquierdas porque se dejan engañar casi siempre. Les dices mentiras vergonzosas y se las tragan todo contentos.
Los niños son de izquierdas porque están juntos, hacen cosas juntos, se pelean juntos.
Los niños son de izquierdas porque si les explicas lo que es la derecha lloran.
Los niños son de izquierdas porque si les explicas lo que es la izquierda lloran también, pero un poco menos.
Los niños son de izquierdas porque no necesitan lo superfluo. Sus zapatos son zapatos y no unas Nike.
Los niños son de izquierdas a pesar de la clase de religión obligatoria.
Los niños son de izquierdas gracias a la clase de religión obligatoria.
Los niños son de izquierdas porque ante cualquier cosa que se asemeje vagamente a una orden, se resisten. Ahora y siempre.
Los niños son de izquierdas porque ocupan todos los espacios de nuestra vida.
Los niños son de izquierdas porque van a la guardería con niños africanos, chinos o bolivianos, y cuando el papá les dice “mira, aquel es africano”, ellos le miran como se mira una noticia sin novedad.
Los niños son de izquierdas porque si les critican se ofenden. Si les juzgan no invocan la presunción de inocencia, y si les condenan esperan serenos el indulto.
Los niños son de izquierdas porque se hacen una idea del mundo que no tiene nada que ver con las reglas del mundo.
Los niños son de izquierdas porque si les das una camiseta roja y una negra, eligen la roja, salvo trastornos graves o daltonismo.
Los niños son de izquierdas porque Papá Noel se parece a Karl Marx, porque Cenicienta es de izquierdas y Robin Hood de la CNT.
Los niños son de izquierdas porque el desorden es hermoso.
Los niños son de izquierdas porque entre Peter Pan y Che Guevara encuentran un nexo.
Los niños son de izquierdas porque crecen y cambian.
6 de septiembre de 2006
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